126

 
 
 
 
—Por qué, con tus encantamientos infernales, me has arrancado
a la tranquilidad de mi primera vida... El sol y la luna brillaban
para mí sin artificio; me despertaba entre apacibles pensamientos,
 y al amanecer plegaba mis hojas para hacer mis oraciones. No
veía nada de malo, pues no tenía ojos; no escuchaba nada
de malo, pues no tenía oídos; ¡pero me vengaré!
Discurso de la mandrágora,
en Isabel de Egipto, dé ACHIM VON ARNIM.




la tranquilidad de mi primera vida...
o de la vida antes de...
la tranquilidad de días y noches que se sucedían iguales
sin dolores, ni inquietudes, ni daños colaterales.
la tranquilidad sacrificada a los lobos
que aullan a la luna,
a la risa jamás escuchada
mezcla de estrellas y pececitos de colores...
y todo aquello fue inundando mis días
hasta que sin darme cuenta
la tranquilidad se había ido
llevándose en la maleta
todas las murallas que durante años levanté
para no llorar por las noches;
para no sentir este vacío en los ojos tras el llanto;
este frío que se me ha colado en el corazón
y que sé que solo un fuego determinado
(sólo ese, nunca otro)
podrá disipar, al menos durante el tiempo
que dure tu abrazo.
un fuego determinado que calienta y quema casi a la vez;
que consume la alegría y la mezcla con la pena
(con el miedo helado y desdibujado)
de ese invierno que se acerca
y que traerá días irrespirables...