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"Y por qué no, por qué no había de buscar a la Maga"




I.

Y yo tambien descubro nuevos mundos simultáneos y ajenos,
cada vez sospecho más
que estar de acuerdo es la peor de las ilusiones...

Ya conoces mi teoría de los malosentendidos...

Esos malosentendidos que a veces dejamos
(incluso fomentamos con silencios cómplices)
que se prolonguen,
porque sólo la ilusión de un malentendido compartido
ya es más de lo que mucha gente tiene.


II.

Y sé que hay ríos metafísicos. 
Ríos en los que podría ahogarme
(ríos en los que podrías ahogarte conmigo sin querer)
sin necesidad de fingir recoger flores,
sin cantar canciones,
sin llenar de piedras mis bolsillos.

Ríos metafísicos de miedos y temores,
(de pecados olvidados
pero que jamás nos perdonamos)
que a veces vuelven en los desiertos
que cubren algunas noches
y amenazan con llevarse las sonrisas y los suspiros.
 


(Oh mi amor, te extraño,
me dolés en la piel,
en la garganta,
cada vez que respiro
es como si el vacío
me entrara en el pecho
donde ya no estás.)



III.

Y no sé por qué no,
no sé por qué no habrías de buscarme
si sólo tenías que asomarte,
viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti,
y encontrar apenas la luz de ceniza y oliva que flota sobre el río
para distinguir las formas,
(mi silueta delgada inscrita en el Pont des Arts)
para irnos por ahí a la caza de sombras,
a comer papas fritas al Faubourg St. Denis,
a besarnos junto a las barcazas del canal Saint-Martin.

Para sentir conmigo crecer un aire nuevo,
y los signos fabulosos del atardecer,
en esos anocheceres compartidos,
cuando la luz se apaga junto a la cama
y necesitamos luces artificiales
para leernos versos
o retazos de prosas...
 

IV.

Por qué no habías de amarme?
y poseerme bajo decenas de cielos rasos a seiscientos francos,
(o bajo un único cielo raso
que habla de mares
que sólo tú y yo compartiremos)

si en esa vertiginosa rayuela,
a la que no hay que olvidar que se juega
con una piedrita y con la punta de un zapato,
en esa carrera de embolsados
en la que poco a poco
no hacemos otra cosa que buscarnos el cielo...
Porque yo busco tu cielo,
como tú buscas mi cielo
y entre los dos encontramos a veces
(maravillosas veces)
ese cielo de lo nuestro,
donde las dudas desaparecen
y sólo quedan certezas
a las que aferrarse en los días de ausencia,
en el que te reconoces
y te nombras...
 
(en un aire donde las últimas ataduras van cayendo
y el placer es espejo de reconciliación,
espejo para alondras pero espejo,
algo como un sacramento de ser a ser)


V.
 
Hay ríos metafísicos,
y yo intento nadarlos
como las golondrinas nadan en el aire,
(girando alucinadas en torno al campanario),
y dejarme caer para volver a levantarme...

y dejarme caer a veces sólo para que tú puedas levantarme.


VI.

Y sabes que no necesito saber,
que a veces incluso me empeño en no hacerlo...
tarareando canciones de mentiras
que oculten las verdades
que a veces se me insinuan
pero que no quiero mirar sin verte.

Que puedo vivir en el desorden
(sin que ninguna conciencia de orden me retenga.)
que puedo vivir en el desorden
de las noches que son días,
de los amaneceres que sueño contigo,
de los futuros posibles
que se me mezclan con pasados
que de bonitos parecen soñados,
escritos por una mano romántica
que no sabía que las cosas podían pasar en la realidad
y que llenaba de imposibles casualidades
este estar contigo antes de conocerte,
este quererte antes de tocarte.

Ese desorden que es mi orden misterioso,
ese desorden en el que sé donde guardo cada cosa,
ese desorden sólo aparente,
porque podría decirte dónde está
cada uno de los libros que me has regalado,
igual que sé donde guardo tus primeros besos,
mezclados con los últimos que me has dado;
donde guardo los reproches
y esa magia de tus ojos cuando se pierden en mis ojos,
y aquel estremecimiento
(no recuerdo si tuyo o mío)
que se nos mezcló con los suspiros
y con nuestros nombres repetidos,
 
-bohemia del cuerpo y el alma-
que abre de par en par las verdaderas puertas

VII.

Y si me lo pidieras,
te dejaría entrar,
te dejaría ver -algún día-
todos mis días
como ven mis ojos...

Te mostraría a traves de estos mis ojos
esas interminables novelas de rusos y alemanes
y las de Pérez Galdós
que tú me regalaste,
apostando conmigo imposibles
que fueron posibles
sólo porque tú así lo quisiste...


Y con tanta ciencia una inútil ansia de tener lástima de algo,
de que llueva aquí dentro, de que por fin empiece a llover,
a oler a tierra, a cosas vivas, sí, por fin a cosas vivas.