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—Yo no me sé expresar —dijo la Maga secando la cucharita con un trapo nada
limpio—. A lo mejor otras podrían explicarlo mejor pero yo siempre he sido
igual, es mucho más fácil hablar de las cosas tristes que de las alegres.



Es más fácil deletrear tristezas
que intentar contar la felicidad...

Es más fácil rimar las penas
que poner en palabras esas alegrías

que duran apenas el tiempo
para que seamos conscientes de que las echaremos de menos.

Lo que pasa es que la felicidad
es solamente de uno

y en cambio la desgracia
parecería de todos.

O quizás contando nuestras tristezas
nos sentimos reconfortados sólo con ser escuchados

y nos parece algo obsceno
(casi exhibicionismo del lado secreto del alma)

intentar decir en voz alta
esa felicidad que es tan nuestra

que ni siquiera su causa
nos entenderá si intentamos hablar.

Porque las palabras parece que encogen
si con un tequiero intento expresar todo lo que siento

e incluso nosotros mismos nos sonrojamos
de lo cursis que son las palabras

que se supone que definen
algo tan abstracto

que es mejor dejarse mecer en silencio
y disfrutar, rezando, para que no se acabe el momento.